X
Mientras contemplaba sus manos impotentes ante los hechos consumados, recordaba las sabias palabras de su amigo Anciano, escuchó una voz cantarina que le indicó:
- Hola mi añorado amigo, dijo el Zorro.
- Pero…si eres tú mi Zorro del encuentro anterior.
- Por favor no llores más pues me entristeces a mí, también.
- No es para menos, la desgracia se ha ensañado con este pueblo y me solidarizo con su dolor actual y me preocupa en grado sumo su futuro tan incierto como doloroso.
- Es inútil llorar por el pasado pues no lo puedes remediar; en cuanto al futuro no debes preocuparte pues vendrá solo, sin que lo llames, sin que lo desees, sin que lo planees.
Así fue como el Principito se alejó lentamente junto con su amigo Zorro, de la aldea del Centro de África para poder entablar una relación más privada, lejos de la semidestruida aldea, alejándose de su Anciano amigo, cargado de sabiduría, pero sin orgullo, sin posesiones terrenales, sin evadirse de la situación actual, sin futuro tan solo con la “verdad que los hará libre”.
- He extrañado mucho su presencia, afirmó el Zorro.
- Yo también estimado amigo Zorro, respondió el Principito.
- Ahora debes llamarme Zorro Domesticado.
- ¿Por qué?
- Porque soy el único Zorro Domesticado en el planeta Tierra. En algunos circos cuando trabajaban animales, sólo en algunos…muy pocos, tenían un zorro, a lo sumo, amaestrado. En cambio, yo soy un Zorro Domesticado…único…único…se vanagloriaba el Zorro.
- Bien, así lo haré, respondió el Principito; esta actitud le hizo recordar a ciertos momentos de la vida de su flor y al vanidoso, pero lo aceptó.
- Ante tu ausencia he domesticado a un loro al que llamé Pepe; sabe decir algunas palabras que puede reproducir fácilmente que yo le he enseñado con esmero; pero ¡hete aquí! que el buen señor se ha ilustrado de una serie interminable de malas palabras que no sé quién, ni dónde, ni cuándo se las enseñaron. Yo le enseño lo bueno y él -por propia iniciativa- aprende lo malo.
- En algunas circunstancias suele haber una línea muy delgada que delimita lo bueno de lo malo. No siempre es fácil separarlos en especial cuando predomina la ignorancia, la demagogia, los relatos falsos o los dobles discursos, Sr. Zorro Domesticado, sentenció el Principito.
De esta manera ambos amigos siguieron transitando por la jungla hasta llegar a un claro donde se podría apreciar una gran jaula colgada de un árbol, con barrotes de oro y una cerradura adornada de piedras preciosas; aunque su puerta estaba abierta permanecía en su interior un hermoso loro de plumas rojas como la sangre, con las puntas de sus alas de color azul marino y con su negro pico, constituía una perfecta postal.
- Papa…quiero la papa…repetía el loro con dialecto monocorde.
- ¡Ahí lo tienes! ¡Ahí está! Te presento a Pepe mi loro domesticado.
- Realmente es maravilloso, sus colores impactan a nuestra vista. Es hermoso, francamente te lo digo, amigo Zorro Domesticado, dijo el Principito embelesado por la belleza de Pepe. Sin embargo, algo le llamó poderosamente su atención y por ello le preguntó al Zorro Domesticado:
- Dime… ¿Por qué no sale de su jaula si tiene la puerta abierta en forma permanente?
- Te aclaro que Pepe vivió varios años con personas grandes y como ocurre con estas últimas, temen a la libertad, por lo cual está permanentemente enjaulado no obstante tener la posibilidad cierta de salir de su dorado encierro sin esfuerzo alguno.
- No lo entiendo dijo el Principito.
- Te aclaro, mi joven amigo, el animal tiene comida y agua a discreción, además está protegido del sol, de los vientos fuertes y de los animales predadores. Si bien ha perdido su libertad, ha ganado su seguridad individual, tal como lo hacen las personas grandes… cambian su libertad por su seguridad.
- ¿Esos barrotes son de oro puro? inquirió curiosamente el Principito.
- Sí lo son, afirmó el Zorro Domesticado, con aire de suficiencia. Las personas grandes desde hace mucho tiempo atrás también forjaron sus propios barrotes y -lo más cómico de esto- es que les han puesto nombres tales como: pereza, lujuria, avaricia, gula, ira, soberbia, envidia; creo que lo llaman “pecados capitales”.
Modernamente se han construido otros nuevos y -curiosamente- también los han individualizados denominándolos: corrupción, hipocresía, robo, hurto, ostentación, calumnia, connivencia, mentira y otros más que no los recuerdo muy bien. Algunas de estas personas grandes dicen lo que piensan y otras piensan lo que dicen constituyendo –de esta manera- el inicio de la sinceridad y de la diplomacia, respectivamente, concluyó el Zorro Domesticado.
- En algunos asteroides por mí visitados con anterioridad he podido apreciar alguno de estos barrotes muy bien ejemplarizados, aseguró el Principito.
Fue en ese instante que recordó a las personas grandes cazadoras y preguntó:
- ¿y tus enemigos… los cazadores?
- Oh!!! No, ya no son mis enemigos. Todo lo contrario, he llegado a un acuerdo con ellos: yo cuido los gallineros para que no sean atacados por algún despreciable zorro depredador y ellos -en contraprestación- cubren mis necesidades nutricionales con un vale del supermercado. Así, todo es más seguro.
- ¿Y tú libertad? preguntó el Principito.
- ¿Y mi seguridad? respondió presurosamente el Zorro Domesticado.
- Todo ha cambiado, pensó el Principito, nada es igual. Ya no reconozco este planeta llamado Tierra…¿por qué?...¿para qué?...¿para quién o quiénes?...¿Hacia dónde se dirigen la personas grandes?...¿Habrán perdido su brújula o no saben orientarse con la Cruz del Sur y continúan insistiendo con la Osa Mayor que mayores problemas les ha acarreado?...¿por qué?...¿para qué?...¿por quién o quiénes?...seguía pensando en un silencio profundo, mientras Pepe continuaba repitiendo con su monocorde voz de loro domesticado, adinerado pero cautivo:
- Papa…quiero la papa.
- Debo marcharme a realizar mi turno nocturno en el gallinero R 936 y cumplir de esta manera mi compromiso laboral. Adiós, mi joven amigo, dijo el Zorro Domesticado y partió hacia su trabajo.
- Adiós…dijo el Principito con un dejo de tristeza. Siguió vagando por la jungla en busca de su escoba espacial y en esos momentos de hondo silencio, se sintió desfallecer, se nubló su vista y optó por detenerse debajo de un corpulento y añoso árbol.
Luego de un reparador descanso, enfiló sus pasos hacia la escoba espacial. No transcurrió mucho tiempo hasta que notó una luz color verde brillante; al acercarse aún más acicateado por su innata curiosidad, la pudo identificar como una cruz. Muy extrañado por su descubrimiento exclamó sorprendido:
- ¡¡Una farmacia!! que insólito hallazgo, pero… ¿Quién es esa persona que está allí, debajo de la cruz verde, con un megáfono en su mano derecha y vestido con un blanco e inmaculado guardapolvo?
¡¡Sí!! Tiene que ser el mercader, el vendedor de las píldoras que aplacan la sed, el cual conocí en mi anterior viaje. Si bien su abdomen ha crecido en forma interesante, su pelo algo canoso y esas grandes gafas me hicieron dudar en un principio.
- Buenos días, señor mercader, vendedor de las píldoras que aplacan la sed, dijo el Principito.
- Bueno días, señor; debo aclararle que soy el ex-mercader vendedor de píldoras que aplacan la sed -remarcándole con voz claramente autoritaria- ¡¡ex-vendedor de píldoras que aplacan la sed!! Actualmente soy un empresario farmacéutico acaudalado.
Por otra parte, señor, recuerdo que usted nos visitó por estos parajes hace unos cuantos años atrás por primera vez, cuando yo vendía las anacrónicas, obsoletas y anticuadas píldoras que aplacan la sed.
- Entonces… ¿qué vende ahora? inquirió el Principito.
- Soy un empresario farmacéutico, poseo una cadena nacional e internacional de farmacias donde usted podrá adquirir distintos tipos de específicos farmacéuticos destinados a obtener un placentero bienestar personal.
Poseo locales con ambiente climatizado, música funcional, pilates, pileta de natación, salón para gimnasia variada, etc., todo para nuestros clientes y benefactores destinados a ofrecer un verdadero servicio integral, placentero y económico.
El Principito disgustado por la falta de respuesta concreta a su pregunta puntual ya formulada previamente, le repitió:
- ¿Qué vende ahora?
- Depende señor, depende -contestó el actual empresario farmacéutico ex-mercader; es muy importante la edad de los pacientes en cuestión. Por ejemplo, usted comprenderá, los jóvenes con miles de proyectos a realizar, estudiar un idioma extranjero, jugar un deporte particularmente “foot-ball” o tenis, realizar un viaje de placer, concretar un estudio de posgrado, evaluar a qué fiesta concurrir, cuidado y respeto a sus padres, etc., etc.
Para ellos contamos puntualmente con los ansiolíticos; esta pastilla de color verde y de forma triangular que la denominas “Out-stress”; se deben tomar en ayunas por la mañana, una por día. De este modo podemos llevar una vida sin problemas.
En cambio, y siempre referido a la edad de los pacientes, los adultos se comportan en forma absolutamente diferente. Se lamentan por varias y heterogéneas situaciones concretas, tales como no haber concretado algún proyecto determinado en su vida, por no haber estudiado un idioma extranjero, por no haber practicado algún deporte, por no haber realizado un viaje de placer, por no haber realizado un estudio de posgrado, por no haber ido a más fiestas, por no haber respetado y cuidado a sus padres, etc., etc.
Estas condiciones los lleva a un estado de desilusión, desinterés y depresión permanente, lo cual les acarrea un período de frustración constante que atenta peligrosamente contra su felicidad personal e -incluso- contra su propia vida.
Para ello tenemos…los antidepresivos, son esos comprimidos de forma cuadrada, blancos que los llamamos “Off-stress”; se deben tomar en ayunas por la mañana, una por día. De este modo podemos llevar una vida sin problemas.
Pero estos fármacos acarrean algunos pequeños inconvenientes. Por ejemplo, algunas veces nos produce una mayor cantidad de ácido clorhídrico aumentando de esta manera la acidez natural del estómago a niveles no fisiológicos. Para ello debe tomar “Gastro-terap” gotas, una por día a media mañana.
En general, esta situación nos lleva a una constipación marcada por lo cual le sugerimos la toma del jarabe “Rapi-laxan”, una cuchara de postre antes de acostarse.
Muy raro, por cierto, los comprimidos originales nos pueden ocasionar diarrea, para ello le proponemos “Entero-terap” en dosis de quince gotas, a media mañana.
Cuando nuestras drogas salvadoras de las cuales le hablé al principio, en su metabolismo normal pueden llegar a ocasionarnos algunos trastornos hepáticos; para evitar este inconveniente le proponemos “Safe-liver”, esa pastilla azul de forma circular, una por día, a media tarde.
Algunas veces, pocas, por cierto, actúan en forma negativa sobre la filtración glomerular renal; para soslayar esta circunstancia le proponemos el empleo de “Free-kidney”, es aquella píldora de color naranja y de forma cuadrada, a media tarde, una vez por día.
Todas estas drogas repercuten en forma negativa en ambas esferas genitales. Para obviar este inconveniente, contamos con estos comprimidos ovalados para mejorar las correspondientes performances, ésta celeste para caballeros y aquella rosada para damas; deben ser ingeridas unos 14 a 16 minutos antes del acto.
Cansado ya de tanta elocuencia del empresario farmacéutico actual y animado por su inagotable curiosidad, el Principito le preguntó:
- Señor empresario farmacéutico ¿por qué usted utiliza nombres de sus medicamentos en otro idioma el cual no es el oficial para el país?
- Verá usted señor -contestó el ex-mercader actual empresario farmacéutico- como casi ningún consumidor de nuestros medicamentos conoce, aunque sea de forma rudimentaria, otro idioma y los cuales, por no aparecer como ignorantes ante la sociedad, no nos preguntan al respecto y por ello continúan acarreando su estado de ignorancia permanente no reconocido por ellos mismos.
- El no admitir su ignorancia los hace doblemente ignorantes, siendo una situación muy frecuente en los hombres adultos que, en general, buscan la evasión de la ignorancia como modo de borrar sus frustraciones -acotó el Principito.
Retomando con su monólogo, el ex-mercader agregó socarronamente:
- Además, podemos cobrar algo más por ser -aparentemente- un producto importado.
- Me parece que vuelvo a estar frente a la felicidad determinada por la ignorancia, respondió el Principito y luego continuó diciendo:
- Honestamente, señor empresario farmacéutico, me siento apabullado por sus datos tan puntuales como confusos, pero debo admitir que todos se hallan conformados como los eslabones de una cadena “cuasi” perfecta.
Y ahora dígame usted…esta pastilla de gran tamaño y con colores y disposición similares a un arco iris… ¿qué indicaciones posee?
- ¡¡Oh!! Señor -dijo cortésmente el ex-mercader- esa es precisamente importado de Europa; la llamamos “Happy world”. Usted debe tomar una al atardecer -prosiguió alegremente- y contemplará un mundo feliz, olvidándose de los migrantes, de la guerra fría y no tan fría, de la hambruna mundial, de la contaminación antrópica universal tanto en la superficie terrestre, aérea y acuática siendo los océanos depositarios de miles de toneladas de residuos peligrosos y tóxicos incluso para la flora y fauna autóctona, cambios bruscos, múltiples, inesperados e impredecibles del clima en todo el Planeta, etc.
- Nunca voy a usar esos comprimidos, píldoras, pastillas, jarabe y/o gotas, gritó el Principito; es preferible la verdad aunque fuera muy dolorosa que la mentira aunque fuera piadosa; es una felicidad artificial, una felicidad química, sentenció el Principito. Están hipotecando el futuro, están realizando el error más grande que se pueda imaginar, realizando en forma gradual, sistemática y continua…la autodestrucción del Planeta Tierra.
- Bien, bien, -respondió el ex-mercader tramando de salir apresuradamente de esta situación realmente embarazosa- ahora le detallaré los 1943 productos para el cuidado del cabello, las 915 pastas dentífricas…
- ¡Basta! ¡Basta! Para mí es más que suficiente -dijo el Principito- por hoy es demasiado. Me hallo sumamente confundido.
- Bien, señor, dijo el empresario farmacéutico, discúlpeme, pero debo recibir el contingente que arribó en avión procedente de la ciudad. Tenga usted muy buenos días.
A continuación, y haciendo uso del megáfono sostenido por su mano derecha comenzó con su habitual arenga:
- Pasen por aquí niños, damas y caballeros, pasen al Palacio de la Felicidad, al Castillo de la Alegría; todos sus pesares tienen un tratamiento adecuado para solucionarlos. Su consulta no nos molesta, estamos a sus grata órdenes. Pueden utilizar tarjetas de débito o crédito; nuestros precios son los más bajo de plaza. Además, podrán hacer uso gratuitamente de…
Aturdido ante estos acontecimientos, el Principito comenzó a retirarse reflexionando sobre la situación sufrida precedentemente; pensando en voz alta sentenció:
- He visto, por fin, la ciencia al servicio del hombre o debo decir de manera más precisa y correcto: el hombre al servicio de la ciencia. En realidad, la ciencia en sí misma no es intrínsicamente mala o buena, sino que las consecuencias que ocasiona su aplicación pueden ser: positivas, negativas y -ocasionalmente- neutras. Todo acto debemos evaluarlo por sus consecuencias.
He conocido a otro hombre esclavo de su propio poder, preso de su avaricia personal y de la ignorancia ajena; otra persona permanece presa de su peculiar pasado, algunas son cautivas de su narcisismo. Todas estas personas mayores, aunque son heterogéneas en su proceder, tienen una característica común: la ostentación; por este aspecto es muy fácil descubrirlas.
Esta situación aquí planteada la he visto anteriormente con algunos personajes casi novelescos todos atravesados por una condición común a todos ellos: su inmenso ego.
Mientras nuestro amigo reflexionaba sobre estos últimos acontecimientos y trataba de realizar una comparación con sus experiencias anteriores, tropezó con un objeto duro y estuvo a punto de caer exclamando en ese momento:
- ¡¡Oh, Dios!! Me he golpeado contra un hierro…no, no es un hierro, sino una vía de tren y un poco más allá está la otra a escasa distancia. Bien, bien, las usaré como guía para ir a encontrar a mi amigo tan añorado: el guarda-agujas.
De esta manera el Principito se encaminó hacia el encuentro de su querido amigo. Luego de un corto trayecto divisó la estación de trenes donde se encontraba el guarda-agujas, con su cabello canoso, con movimientos lentos y pausados, con su espalda vencida por los años vividos como si portara una pesada e invisible mochila, su uniforme de color gris, bastante raído.
- Buen día, señor guarda-agujas, dijo el Principito.
- Buen día, señor Principito, tanto tiempo sin verlo.
- Si, es cierto ¿Cómo está usted? ¿Cómo va su trabajo?
- No del todo bien; las cosas han cambiado mucho durante su ausencia; ya nada es lo mismo que hace unos años atrás, respondió cansinamente el guarda-agujas.
- ¿Qué ha ocurrido? Inquirió el Principito.
- Hemos sufrido una serie de modificaciones en nombre del progreso, de la ciencia impuesta por una nueva civilización; por ejemplo: los rápidos corren tan veloces que no puedo distinguir sus números identificatorios y sólo los reconozco por sus colores diferentes.
En ese preciso instante pasó raudamente un tren rápido pintado de azul.
- ¿Lo vio? Preguntó el guarda-agujas, ahora deberá pasar en sentido contrario el tren verde.
A los pocos segundos y como ya lo había pronosticado anticipadamente el amigo del Principito, pasó velozmente el tren color verde.
- Lo que no ha cambiado, por desgracia, -continuó el guarda-agujas- es la desorientación de las personas mayores que viajan en ellos. La inmensa mayoría no saben adónde van... por qué van; sin embargo, aprecian y sobrevaloran la velocidad a que son transportados.
- Una vez más -interrumpió el Principito el triste razonamiento del guarda-agujas- las personas mayores confunden el fin con el medio; es la velocidad por la velocidad misma; es la vorágine de nuestro tiempo impuesto por eso que llaman pomposamente “progreso”. No somos capaces de apreciar el sabor de un café o de un té, sólo lo tomamos, sólo tratamos de obtener algún fin predeterminado, nunca valoramos correctamente el medio empleado.
El guarda-agujas asintió con un leve casi imperceptible movimiento de su cabeza y continuó hablando:
- No puedo apreciar ya “la nariz contra la ventanilla” de los niños. Según me han explicado que ya no observan más su entorno pues se hallan atendiendo concienzudamente unos nuevos aparatos denominados teléfonos celulares o -simplemente- celulares.
Parece que ejercen sobre ellos un efecto hipnótico con sus figuras múltiples, sus variados colores, sus diversos juegos e -incluso- música a elección.
No van con sus rostros elevados como otrora lo hacían contemplando la maravillosa naturaleza que a su alrededor majestuosamente se extiende, sino que van observando el suelo y manejando sus celulares con abstracción de su entorno. Según me han dicho han colocado unos semáforos particulares en el suelo con el propósito de evitar accidentes.
- Pero esto es una real calamidad, afirmó con convicción el Principito.
- Así es, respondió el guarda-agujas, lo que otrora servía para comunicarnos, hoy ya no lo es; se utiliza como un medio indispensable, como un compendio de respuestas a sus preguntas, les hace conocer lo que sucede en nuestra región, nación y el resto del universo aunque en forma parcializada; los sumerge en su yo, pero no nos deja salir, no permite conectarnos con el prójimo constituyendo -de esta manera- una especie de biombo o globo que lo aísla, como si estuvieran habitando una burbuja.
-… ¿Biombo? ... ¿Globo?... ¿A qué situación me recuerda? Pensó el Principito. Si, así es -dijo por fin en alta voz- ¡¡a mi flor, la única, la singular, la orgullosa, la última vez que la vi estaba con sus pétalos descoloridos y sus hojas marchitas!!
Mientras tanto el guarda-agujas seguía con su extenso monólogo:
- Además suelen utilizar unos auriculares en forma permanente los cuales coadyuvan eficientemente para su aislamiento del mundo cotidiano, colaborando a la construcción de su propio universo virtual, realmente inexistente. Estos jóvenes están abocados al conocimiento del pasado o bien están visualizando su futuro; en ambas posibilidades no viven ni valoran el presente.
- Entonces -interrumpió el Principito- estos jóvenes son en una cierta medida ciegos, sordos y -por ende- mudos, entrando así en un mundo de egoísmo extremo y de marcado individualismo, lo cual les va a ocasionar constantes frustraciones personales y sociales. Si estos párvulos son los actuales ladrillos de la futura casa del mañana, veo muy oscuro el destino del Planeta Tierra, sentenció el Principito.
Cansado de la prolongada y afligida perorata de su amigo el guarda-agujas, el Principito lo interrumpió con una pregunta:
- Entonces… ¿Usted estará muy aburrido?
- Si, es así -contestó el guarda-agujas- puesto que mi trabajo original lo hacen, casi en su totalidad, estas máquinas aquí presentes. Yo, por mi parte, cuento con varias horas libres y por pertenecer a la ahora anacrónica cultura del trabajo decidí hacer un curso.
- Me parece excelente -exclamó el Principito- ¿Qué curso realizó?
- Bien -respondió con un dejo de tristeza el guarda-agujas- hice un curso de relojería, durante 6 meses, 2 veces por semana. En realidad, me resultó muy difícil aprenderlo y aprobarlo posteriormente, pero al final me recibí de técnico relojero. Instalé en el garaje de mi casa el correspondiente taller; pero transcurridos los 3 primeros meses de su apertura nadie ingresó en él. Desconcertado por tal eventualidad decidí consultar a Carmen, una amiga con quien solía jugar de niño.
Su respuesta fue clara, concisa y contundente: ya no se utilizan relojes a cuerda; ahora todos son propulsados por una pequeña batería que se sustituyen anualmente, aproximadamente; ya no se descomponen o arreglan, simplemente se los desecha.
Ante tal explicación y considerando mi actual situación decidí cerrar mi taller de relojería.
- Y ¿Qué hizo después? Preguntó muy interesado el Principito.
- No me di por vencido -contestó rápidamente el guarda-agujas- hice un segundo curso, esta vez de corte y confección, orientación: sastrería, con una duración de 8 meses y con una periodicidad de 2 veces por semana. Luego de obtenido el título habilitante abrí una sastrería en el lugar donde otrora tenía el taller de relojería.
- ¿Y? Preguntó ansioso el Principito.
- ¡¡¡¡Ah, mi amigo señor Principito!!!! …Luego de 4 meses de abierto mi nuevo establecimiento no había ingresado al mismo ningún cliente. Ante tal situación resolví asesorarme con mi primo Luis Ignacio. Una vez expuesto el panorama que me aquejaba, mi primo fue muy preciso: ya no se utilizan los trajes a medida, todo se halla estandarizado, todo viene de otros países con talles ya predeterminados anteriormente tales como XX, XXL, etc.
Un nuevo fracaso, pero no me di por vencido, no señor Principito; hice un tercer curso, en este caso referido a zapatería puesto que con el uso frecuente y más o menos desaprensivo, lógicamente se han de gastar, incluso, romper nuestros zapatos.
Con estas premisas fundamentales hice el correspondiente curso que duró unos 4 meses, también con una asiduidad de 2 veces por semana. Luego de recibido abrí mi taller de zapatería donde antes había sido la relojería y posteriormente la sastrería, deseando otro final diferente. Pero no fue así; luego de 3 meses de su apertura ningún cliente entró en mi nuevo negocio. Ante tal situación resolví consultar al guarda-agujas de la próxima estación, mi amigo personal Miguel Ángel. Tomado conocimiento de la actual situación me aclaró puntualmente que ya casi no se usan zapatos, sólo son empleados en eventos muy puntuales; en general ya no se utilizan las suelas de cuero sino -por el contrario- están hechas de un material sintético. Mayoritariamente se utilizan zapatillas de formas muy diversas, de colores variados, algunas con pequeñas lucecitas, otras con colchón de aire, etc. Una vez que se gastan o se rompen son descartadas.
Ante la contundencia de los argumentos de Miguel Ángel decidí cerrar mi taller de compostura de zapatos y agobiado por mis sucesivos fracasos, decidí no hacer ningún curso más.
- ¡Qué situación desagradable! -respondió con preocupación el Principito- no desesperes mi amigo, señor guarda-agujas. Es preferible el error de lo hecho a la perfección de lo no realizado. Está claro que en el Planeta Tierra existe una civilización caracterizada por lo desechable, lo estandarizado y lo descartable; es la época de la exclusión, del auge de los marginados quizás en su máxima expresión histórica; es el tiempo del rechazo a todo aquello que no sea joven-bello-delgado, esto lo vemos gráficamente plasmado en los ancianos que van a parar al triste almacén de los olvidados que suelen calificarlo muy pomposamente como: geriátricos, lugar que sirve para acortar los pocos años de vida que aún poseen esas personas, acelerando la terminación inexorable de sus vidas. En el pasado poseíamos un “consejo de ancianos” que actuaba como grupo asesor de los gobernantes; hoy -en cambio- están ocultados bajo el silencio cómplice de un destierro forzoso, impuesto por la sociedad de consumo.
Sintiendo una profunda tristeza, nuestro héroe comenzó a retirarse del lugar con el objeto de no preocupar aún más a su amigo, el guarda-agujas.
- Adiós, mi amigo, dijo el Principito.
- Hasta siempre, señor Principito; espero su próximo viaje por estos lugares. Buena suerte y regrese pronto.
De esta manera el Principito comenzó a caminar buscando su esposa espacial; iba observando sus propias manos consideradas hoy como: descartables junto con los varios oficios mencionados precedentemente y otros más, tales como: peluquería, carpintería, albañilería, etc., etc. En una preocupante queja susurró:
- ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? ¿Harán de nuestras manos un recurso natural superfluo? … ¿y las artes en sus más variadas formas y manifestaciones…? Me duele sobremanera la falta de adecuación de los institutos, escuelas, etc. a la realidad concreta de los requerimientos del medio formando personas que carecen de salida laboral a corto, mediano y largo plazo.
Así fue como el Principito decidió -como antes lo había hecho- descansar bajo la protección de un añoso árbol para ordenar y evaluar los últimos acontecimientos vividos.
XI
Allí pudo gozar de la sombra de sus hojas, de la fragancia que exhalan sus flores e –incluso- del dulce sabor de uno de sus frutos y compenetrado en sus recuerdos surgió como un rayo… “lo esencial es invisible a los ojos” aquel regalo que le había dado el Zorro Domesticado en oportunidad de su anterior encuentro. Sintió un suave temblor de la base del árbol y una voz compungida le dijo:
- Principito, te has olvidado de mí, doña Raíz, puesto que, si yo no trabajara silenciosamente, diariamente, no podrías gozar de las bondades de este árbol.
- Sí, es cierto doña Raíz -asintió el Principito- porque añoramos lo que tuvimos, deseamos lo que no poseemos, no valoramos lo que tenemos. Perdón, perdón, doña Raíz, aseveró el Principito.
- Si bien lo esencial es invisible a los ojos, lo importante es evidente a la razón. No obstante, yo seguiré trabajando y ofreciendo libremente mis bondades a todo viajero que busque mi sombra, mis flores y mis frutos, sentenció doña Raíz.
- Gracias por la tremenda lección que me has dado doña Raíz y se dirigió rumbo a su escoba y en tono apenas audible iba repitiendo:
- Lo esencial es invisible a los ojos, lo importante es evidente a la razón.
Por fin encontró a su añorado vehículo espacial y viendo que sus baterías solares se habían recargado al máximo se dispuso a partir ensimismado en sus pensamientos y experiencias vividas recientemente. Fue en ese momento que su rostro se reflejó en el espejo retrovisor de su vehículo y allí notó -mejor dicho, se percató- que su cabellera no era ya tan rubia, pues un mechón de cabello canoso muy evidente contrastaba sobre aquel campo de “trigo maduro”, según lo expresó, tiempo atrás el hoy Zorro Domesticado.
Hizo un supremo esfuerzo en recordar las preguntas realizadas, las respuestas dadas y entonces luego de este “reconto” exclamó a viva voz:
- Me he convertido en una persona grande; debo actuar rápidamente y adquirir experiencia para así poder llegar a ser un anciano y obtener la sabiduría tan anhelada.
Con torpes movimientos ocasionados por su premisa, subió a su vehículo espacial y puso proa hacia su futuro inmediato…el estado de sabiduría y su reencuentro definitivo con los niños y los ancianos.
Epílogo
Antoine:
De acuerdo con lo solicitado en vuestro último deseo, cumplo en comunicarle que nuestro Principito ha vuelto a visitar el planeta Tierra.
Sus cabellos no son tan rubios como otrora lo eran y, además, son surcados por una estela de greñas canosas que nos marca, recordándonos, el tiempo transcurrido desde nuestro último encuentro; su voz no es tan cantarina, sus ideas son tan originales como profundas, pero sigue siendo y por siempre será nuestro Principito.
Me ha contado todas sus aventuras y peripecias vividas en los distintos asteroides, como así mismo de su visita a la Tierra, donde no ha sido bien recibido, algo muy común para aquellos que pregonan y practican el amor, la amistad, el respeto, el desinterés, la solidaridad, la complementación y el consenso; incluso a alguno de ellos como recompensa a su actitud los han matado, ya sea lapidados, crucificados, ahorcados, incinerados, fusilados…
Si bien se ha retirado muy preocupado ha comprendido, también, que estaba sufriendo su propio pasaje a persona grande y por lo cual intentará rápidamente arribar al estado de sabiduría.
Estoy seguro que volverá… ¿cuándo? No lo sé, pero el Principito alguna vez regresará y esperemos que el planeta Tierra lo reciba como se merece, en donde por fin reine la paz, la amistad, el amor, el disenso, el consenso, la esperanza, es decir: una vida que merezca ser vivida en la cual, el prójimo sea tan importante como uno mismo.
Le prometo formalmente comunicarle su arribo.
Hasta un nuevo encuentro.