El regreso de "El Principito"

Dedicatoria - 2º Edición

La presente obra está dedicada a dos personas que fueron quienes -involuntariamente- originaron e impulsaron esta tarea.

Uno de ellos despertó a mi propio Principito hace ya varios años atrás manteniendo hoy su presencia con absoluta vigencia.

La otra persona fue, es y por siempre será mi exclusivo Principito:

Antoine de Saint Exupéry
cuando era niño

Juan Manuel Ramón
mi hijo

Roberto Rodriguez Armesto
autor

I

Ese día en el asteroide B 612 la actividad era infernal, puesto que el Principito resolvió emprender un nuevo periplo repitiendo su anterior viaje para visitar a los hombres grandes o personas mayores (como más nos guste denominarlos) que habitan los asteroides: 325, 326, 327, 328, 329, 330 y -seguramente- llegar al planeta Tierra.
Debió guardar su pequeño cordero y su correspondiente bozal en su caja, proteger a su ya no tan orgullosa flor con su globo y su biombo, procedió a deshollinar los tres volcanes existentes, dos en actividad y un tercero ya extinguido y -finalmente- recorrió escrupulosamente su asteroide en busca de retoños de los muy peligrosos baobabs.
-No encontrando ningún retoño -se dijo- puedo iniciar mi “raid” sin preocupaciones; no me olvido que mi rosa tiene espinas las cuales le servirán para defenderse; no obstante, he visto otras plantas que tienen múltiples espinas y sin embargo no tienen flor alguna…¡¡¡Qué raro!!!
Así fue como el Principito subió a su escoba espacial atómica XYZ-45 e inició su trayectoria orientándose por la constelación de la Cruz del Sur y no por la Osa Mayor como solían hacer la mayoría de las personas grandes. Afirmaba al respecto: -… es más fácil de encontrar, es mucho menos complicada y siempre (o casi siempre) me ha guiado al destino programado con anterioridad; es aquella que disfrutan los niños antes de dormirse observando su esplendor; la otra constelación la utilizan las personas grandes para llegar a lugares tan remotos como singulares, particularmente en el planeta Tierra.

II

Viajando velozmente por el espacio infinito nuestro Principito ubicó fácilmente este último planeta y guió raudamente a su escoba atómica espacial hacia la inmensa mancha amarilla que, como un vasto campo de trigo maduro, se visualizaba hacia el oeste.
De pronto sintió que su vehículo perdía velocidad y altura, su razón era simple: los paneles solares que proveían de energía estaban vacíos, exhaustos, de modo tal que se vio obligado a escobizar (nombre que los científicos y técnicos utilizan para designar el aterrizaje de una escoba atómica espacial) en una zona anterior a esa inmensa mancha amarilla designada como Sahara, haciéndolo en una inconmensurable mancha verde esmeralda muy llamativa.
- No es este el lugar en donde llegué en mi primer viaje: es absolutamente distinto con sus árboles, pastos, animales, flores bellísimas y nada orgullosas que exhalan su fragancia libremente y se inclinan respetuosamente cuando uno pasa delante de ellas; no se parecen en nada a mi flor; exclamó el Principito y luego continuó:
- Que raras estas flores!!! carecen de espinas… no han de conocer el mal!!!; los pájaros cantan continuamente con sus trinos acompasados y agradables, dejando de hacerlo cuando paso junto a ellos; sus vivos colores me recuerdan a los del arco iris, sólo diferenciándose porque aquellos son más brillantes aún.
Además, apreció el crepúsculo como nunca lo valoró en su propio asteroide con el armarillo-naranja del sol, el verde esmeralda de la vegetación, el azul intenso de un lago cercano y el resplandor de la luna que apenas emergió de manera incipiente detrás del lejano horizonte.
Extasiado ante tanta belleza creada, pocas veces captada y jamás valorada por las personas grandes, el Principito sintió frío y cansancio; ante tal situación no muy agradable -por cierto- les solicitó a los pájaros que lo rodeaban bulliciosamente la confección de un lecho con hojas.
Solícitas las aves en unos minutos hicieron el lecho requerido por el Principito; a continuación este exclamó:
- Gracias mis amigos, pero aún no tengo con qué taparme.
Así fue como miles de mariposas multicolores lo cubrieron con sus brillantes alas pudiendo -de esta manera- conciliar un reparador descanso no sin antes acordarse de su flor con espinas, su cordero en la caja con su bozal correspondiente y sus tres volcanes, uno de ellos extinguido.
Cuando el sol estaba muy alto en el cielo, sus rayos incidieron en el rostro del Principito el cual -al fin- pudo despertarse; grande fue su sorpresa al verse rodeado de una docena de personas adultas muy raras, por cierto. Pensó rápidamente:
- Nunca he visto personas iguales a estas por su color, por sus escasas vestimentas, incluso por su actitud. Al notar que las mismas no le hablaban se permitió dirigirles la palabra realizando algunas preguntas con el fin de disminuir su ignorancia:
- Hombres mayores... ¿ustedes son de aquí?
El silencio absoluto y total fue la inequívoca respuesta a su inquisitoria. Ante tal eventualidad el Principito recorrió con su vista a estos extraños personajes y ubicó a su futuro probable interlocutor.
- Ese hombre de pelo canoso ha de ser un anciano; los niños y los ancianos nos llevamos muy bien pues nos ocupamos solamente de cosas realmente importantes -pensó el Principito y continuó reflexionando- los nietos y los abuelos suelen estar de acuerdo en múltiples situaciones; me parece que son las dos caras de la misma moneda, llamada Vida, son el alfa y el omega, el inicio y el fin; lo esencial y lo importante.
- Anciano… ¿ustedes son de aquí?
- Si -respondió el anciano muy lacónicamente-.
- Me puede decir -por favor-… ¿qué lugar es este?
- Usted está en una zona de la jungla, en el Centro del África.
El Principito observó como los restantes integrantes del grupo lo miraban con una extraña sensación, con marcada curiosidad, pero sin ningún atisbo de violencia sino -más bien- de sorpresa y hasta admiración.
Por su piel de color rosada clara bien pronto sufrió una zona de marcado eritema e -incluso- ampollas en sus mejillas y frente, valorando la sustancial diferencia referida a su cutis respecto a las personas encontradas.
- ¿Ha de ser muy útil vuestra piel de tonalidad oscura frente a la incidencia de los rayos solares? Preguntó con auténtica curiosidad el Principito.
- Si bien es útil, también nos ha sido perjudicial a través de nuestra historia puesto que muchas veces nos han perseguido e -incluso- nos han hecho esclavos.
- Extraña situación que los persigan por el color de su piel, pero así son las personas grandes, pensó el Principito. Notó, además, el aspecto pétreo, brillante de sus dientes.
- Anciano… ¡Qué hermosos dientes posee Usted! aseveró enfáticamente.
- Si, así es. Las personas grandes nos miran nuestra dentadura antes de comprarnos como un signo probable de nuestra utilidad futura.
- … ¿comprar una persona? Es un hecho repudiable; no debe ni puede ocurrir; está en contra de todo principio de “igualdad, libertad y fraternidad”; es una cuestión de las personas grandes contra el hombre, pensó el Principito.
Varios días estuvo nuestro amigo en esta aldea africana conviviendo con esto “extraños” personajes. Cierto atardecer recapacitó sobre su actual situación:
- Me he sentido muy bien con esta gente; no me han preguntado… de dónde vengo?... quién soy?... a dónde voy?. Todo lo contrario siempre me preguntan si necesito algo, si me encuentro a gusto. Ellos no tienen “casi” nada y comparten “casi” todo. Las personas grandes dan lo que les sobra, sólo los santos dan lo que necesitan. Viven la simplicidad de la felicidad auténtica.
Sentía en su fuero más íntimo que debía dejarlos para poder continuar con su viaje programado con anterioridad. Se dirigía a despedirse del Anciano cuando recordó una lectura de varios años antes, la misma afirmaba: “Cuando en África muere un Anciano, es un hecho semejante a cuando en Occidente se incendia una biblioteca; en ambos se pierde sabiduría”.
- Anciano debo irme, aunque no es mi deseo, es una obligación. Aborrezco las despedidas tanto como gozo de los reencuentros. ¡¡Bien…Oh!! Casi me olvidaba. Por favor, decidle al Zorro que volveré a éste, mi nuevo hogar adoptivo. Adiós, Anciano gracias por vuestra hospitalidad.

III

Subiéndose a su escoba atómica espacial, nuestro amigo partió raudamente en busca del asteroide 325, orientándose por nuestra ya conocida constelación de la Cruz del Sur. Luego de un breve viaje escobizó en su destino programado con antelación: allí se encontró con el rey vestido de púrpura y armiño, con su conocido trono muy sencillo y sin embargo majestuoso. - Ha regresado mi vasallo. Si mal no recuerdo Usted ha sido designado como embajador itinerante… ¿o no es así? exclamó el rey de púrpura y armiño. - Parcialmente, puesto que Usted me dio el título de “embajador” solamente. - Al rey no se lo contradice, puesto que nunca se equivoca en sus pensamientos, palabras y obras, tan sólo se le obedece. Su tono autoritario convenció al Principito para no realizar ninguna aclaración sobre su situación laboral de dependencia del rey de púrpura y armiño, sin entender realmente que era …itinerante??? - ¿No está Usted hastiado de su reinado? inquirió el Principito. - Como mi presente no es nada favorable, suelo vivir de los recuerdos agradables del ayer, pues varias décadas pretéritas he reinado distintos asteroides simultáneamente en los cuales desplegaba mi infalible autoridad. No me fue muy difícil dominarlos, pues -como dijo mi antepasado- “el Estado soy yo” y para este caso puntual “el Estado es el rey de púrpura y armiño”. Siempre recuerdo a mis antecesores y aplicando una simple fórmula pude mantenerme durante varias décadas como emperador de estos lugares… “pan y circo”. En general pude controlar satisfactoriamente a los adolescentes, jóvenes y a las personas grandes, pero no así con los niños y los ancianos; parece que estos dos últimos grupos etarios tienen códigos diferentes de vida. Nunca los comprendí por lo cual están equivocados, aunque persistan en su error a través del tiempo. - En algunos momentos de mi reinado y para contrarrestar situaciones internas tan delicadas como peligrosas concurrimos masivamente a los Juegos Olímpicos; en ellos obtuvimos mediante el desempeño adecuado de nuestros jóvenes, más medallas de oro y plata que cualquier otra nación participante. No recuerdo con precisión absoluta contra quienes competimos, aunque en mi memoria tengo presente sus iniciales tales como U.S.A., U.R.S.S, R.D.A. R.F.A. y otras que no deben tener importancia puesto que las he olvidado. No hay nada mejor que los éxitos deportivos para distraer a la juventud y a las personas grandes, concluyó el locuaz rey. - Este rey de púrpura y armiño vive sólo de la gloria de su pasado, no es capaz de ver la realidad de su presente ni de su proyección futura; viviendo de recuerdos, no valoramos el presente ni planeamos el porvenir, pensó el Principito. Nuestro amigo respetó esa rara idea de vivir en el pasado, aunque no compartió la tesitura del rey de púrpura y armiño. Evaluó que su estadía en el asteroide era ya inútil y se dispuso a partir hacia un nuevo destino. - Rey -dijo con su voz aflautada, pero con marcada seguridad- debo continuar mi derrotero. - Ordeno que te retires de mi reino en forma inmediata y se te nombre embajador itinerante y plenipotenciario. - Adiós -dijo- y montando en su escoba atómica espacial se alejó del reino sin entender muy bien el nombramiento recibido ni de “itinerante” ni de “plenipotenciario”, aunque en ese reino nada se entendía con claridad. Las personas grandes se comportan de manera muy arbitraria, pensó el Principito.

IV

Estaba arribando a su próximo destino -asteroide 326- cuando lo observó rodeado de espejos y varios reflectores que emitían luces de diferentes colores en forma rotativa dando distintas apariencias a una sola persona: el vanidoso persistía en su orgullosa conducta. - ¿De dónde has venido a admirarme? apuntó el vanidoso. - He pasado por el planeta Tierra que… - ¡¡Ah!! Lo conozco; es un planeta grande, aunque no un gran planeta, aseveró el vanidoso. - ¿Lo conoces? ¿lo has visitado alguna vez? - Este traje que estoy usando fue fabricado en París. - Pero… ¿has viajado al Planeta?... - Estos zapatos fueron confeccionados en Italia. - La gente… ¿es amable o no?... - Este cinto fue hecho con cuero de carpincho que proviene de la Argentina. -…los niños… ¿juegan en la plaza?... - Este reloj de oro fue fabricado en Suiza. - … ¿las flores tienen espinas para defenderse?... preguntó el Principito. - ¡Qué imagen! ¡Qué estampa! ¡Qué porte! Decía orgullosamente el vanidoso mientras observaba su figura reflejada en un espejo cercano. - Tened en cuenta que los espejos nos devuelven la imagen invertida, dijo el Principito y posteriormente preguntó: - ¿Hay flores que exhalan fragancias deliciosas? - Esta flor que libera su excelso perfume de súperhortensia fue importada del Japón. - Pero -exclamó el Principito con voz firme y resuelta- esa horrible flor negra con lunares blancos confeccionada de plástico no libera ninguna fragancia; sólo será así en su imaginación narcisista. - Usted, jovencito no sabe apreciar la belleza que en mi asienta, la cual adopta configuraciones diferentes de acuerdo a la posición que yo tome, dijo el vanidoso mientras su imagen se reflejaba en los distintos espejos cuyo aspecto cambiaba por efecto de los diferentes colores de luces rotativas, similar a un gigantesco calidoscopio. - Sr. Vanidoso me recuerda Usted a un gran túnel pues por fuera es grande, imponente y misterioso, pero ¡Oh sorpresa! por dentro oscuro, vacío y hueco. Al ver que era muy poco probable establecer un puente de unión mediante el diálogo pues, el vanidoso construía -por su parte- un muro infranqueable con su monólogo, sólo el orgulloso se escucha a sí mismo, transformándolo en un simple e inútil soliloquio; suele ocurrir que cuando aumentan las palabras se incrementa la pedantería y se confunden las ideas, por lo cual decidió retirarse. - Las personas grandes suelen ser decididamente incomprensibles y egocéntricas pues hacen un culto a su persona creyendo que son el centro de la creación y el ombligo del conocimiento, pensó el Principito.

V

Consternado por el fracaso de su último encuentro se enfiló hacia el próximo asteroide pensando en el endiosamiento que hacen ciertos tipos de personas grandes sin saber que cuando más cerca de los dioses están, más lejos de los hombres se hallan. Con estos pensamientos llegó a su nuevo destino, el asteroide del bebedor. En su anterior encuentro con semejante personaje no fue nada agradable por su incoherencia verbal y el desorden que reinaba en su pequeño asteroide. Gran sorpresa envolvió al Principito al ver que el orden y la limpieza se extendían por todo el asteroide; no obstante, olfateó un olor extraño, dulzón, picante, que nunca antes había experimentado. - Oh!!! ¡Cuánto me alegro de verlo!!, dijo el Principito. - Gracias, gracias. Ahora lo recuerdo bien pues he dejado de beber en forma compulsiva por lo cual me he curado de mi antigua adicción. - Lo felicito por su logro. ¿Le fue dificultoso? ¿Duró mucho tiempo su internación? - No, de ninguna manera. El tratamiento se prolongó por tan sólo 48 hs. - ¿No sufrió el denominado síndrome de abstinencia? - En absoluto pues he cambiado el alcohol por la marihuana, cocaína, éxtasis y cristal. - Pero…balbuceó el Principito tan perplejo como desorientado con esta nueva, desagradable y preocupante situación de dependencia. - Ya ni recuerdo porque bebía en demasía durante todo el día, casi todos los días del año; actualmente no lo hago más, se vanaglorió el ex-bebedor. - En mi opinión Usted está en un estado de evasión permanente; como suelen hacer las personas grandes ante situaciones normales o extremas optan por no enfrentarlas desviando su propia vida a otras situaciones artificiales que la utilizan como medio de escape vivencial. En verdad, le digo que el riesgo existencial se vive en la acción cotidiana, pero el gran riesgo lo constituye realmente: la inacción. Por ejemplo, algunas pocas manos hicieron una corona de espinas, millones de manos ociosas lo toleraron, por lo cual aquella fue terminada y, finalmente, utilizada. - Usted es un cobarde y cambia droga por evasión, droga por felicidad ficticia, droga por vida, en fin…droga por nada, replicó nuestro amigo. De esta manera el Principito se alejó muy consternado y preocupado por esta situación desagradable, poniendo rumbo a su próximo asteroide 328. - Las personas mayores son decididamente incomprensibles, algunas veces irracionales e invariablemente egoístas, se dijo asimismo.

VI

Así fue que el Principito puso proa hacia su nuevo destino programado con anterioridad, el cual era habitado por un hombre serio, muy serio, “el hombre de negocios” siempre vestido con su “caro” e impecable traje, ostentando varios anillos de platino en sus dedos y un llamativo reloj de oro en su muñeca izquierda. Dejando en el suelo su escoba atómica espacial dijo con tono alto y claro: - Buenos días hombre de negocios. - Hola, dijo con muy escasa complacencia y -además- con un no disimulado disgusto rayano en la ira. Se encontraba rodeado de múltiples computadoras, teléfonos, pantallas donde se reflejaba segundo tras segundo las cotizaciones de los distintos valores en diferentes lugares del Universo; además se podía apreciar una pecera sin agua ni peces y una maceta sin flores, todo lo cual simulaba una caricatura grotesca que evoca a la naturaleza muerta. - ¡¡Oh!! que bella imagen; se asemeja a múltiples arbolitos de Navidad adornados con pequeñas luces de variados colores cuyo tintineo recuerdan vagamente a las estrellas, aseguró el Principito. - No hay tiempo ni para arbolitos, ni para Navidad, ni para estrellas; aquí sólo se trabaja en la obtención de más dinero el cual devenga en una mayor cantidad de capital. Usted, debe saber que para el capitalista el tener más es su objetivo; para el comunista tener todos igual es su destino y para el cristiano el tener es su autodestrucción. - Pero Usted piensa, dice, actúa y anhela… ¿en valores pecuniarios, solamente? - ¡Venda! dijo el hombre de negocios por un teléfono color rojo y colgó. Sí, yo busco mi propia satisfacción económica. Yo no soy, sólo poseo. - Usted debe ser un hombre muy rico, mejor dicho, Usted debe poseer mucho dinero. ¿No es así? - En efecto así es. ¡Compre! Dijo el hombre de negocios por un teléfono de color negro y luego agregó: mi máxima felicidad está en mis bienes y en tratar de acrecentar mi patrimonio. No hay alternativa: se es capitalista privado o se es capitalista estatal. No hay alternativa posible. - Pero, Usted… ¿tiene amigos? - No, pero los compro -dijo el hombre de negocios y agregó- sencillamente voy al mercado de amigos y allí compro uno. - Pero los amigos no se pueden comprar, no hay mercado de amigos, dijo acaloradamente el Principito. - No lo sabía. ¡Compre! -dijo el hombre por el teléfono de color azul-. - Usted no posee una flor, un cordero y su correspondiente bozal con su caja de protección y/o tres volcanes aunque uno de ellos está extinguido… ¿no es así? - Todo ello es superfluo; no origina ninguna ganancia… ¿para qué sirven? son absolutamente inútiles. - Usted sostiene que toda la vida se reduce a la toma de ganancias…que no hay tiempo para la amistad, el amor, el diálogo, el disenso, el consenso, el cuidado del ambiente. Todo el oro que lleva sobre sus ropas, representa la riqueza que falta en su corazón, manifestó el Principito. - Jovencito, yo soy un hombre serio, muy serio, por lo cual no tengo tiempo para tales menesteres inútiles. ¡Venda! dijo el hombre de negocios por el teléfono color blanco. Además, mi tiempo vale más que el oro…mejor dicho vale casi tanto como el oro. - Usted en su vida se preguntó alguna vez… ¿Para quién es útil?... ¿quién lo espera en su casa? El objetivo de nuestra existencia es importarle a alguien…representar algo para alguien, que exista alguna diferencia con el hecho de haberla vivido por el legado que hemos dejado, declaró el Principito. - Yo soy útil para mí, no existe otra persona que pueda compartir conmigo ni mascota que merezca emplear mi tiempo, ni cosa que sea acreedora de mi atención. Le reitero una vez más -dijo el hombre de negocios con un marcado enojo que no trató de disimular-…yo no soy, sólo poseo. Yo no soy, sólo poseo… yo no soy, sólo poseo iba repitiendo en forma monocorde nuestro Principito sin entender el verdadero significado de la vida de este hombre de negocios serio, muy serio. Tomando su vehículo espacial apuntó hacia su próximo destino alejándose rápidamente de su triste experiencia con el hombre serio, de negocios, pensando en el vacío existencial que llevan algunas personas grandes (la gran mayoría) que no viven, sino tan solo vegetan. El comportamiento de las personas grandes es -a menudo- difícil de comprender, imposible de compartir y jamás como un ejemplo a imitar.

VII

Luego de un corto viaje, el Principito pudo visualizar el diminuto asteroide 329, en realidad el más pequeño de todos los visitados por él en su anterior viaje. Notó -como era lógico- el brillante destello de los faroles que, en forma previsible, se encendían y apagaban en forma casi rítmica. - Parece el destello de las estrellas, la apertura de los pétalos de un pimpollo, el inicio del alba, el comienzo del atardecer, dijo el Principito, el cual estaba muy nervioso ante la posibilidad cierta de reencontrarse con un amigo luego de tantas personas grandes tan nefastas como reales. - Bueno días, farolero. - Buenos días, señor y luego de una pausa dijo: buenas noches. - Veo con desagrado que sigue en vigencia la consigna anterior. - Es correcto; debo cumplir la misma consigna que los años pasados. Buenos días. - ¿Usted no puede recurrir a algún amigo que lo suplante por algunas horas como mínimo? - Sí, muchos amigos me lo han propuesto pero mi asteroide es tan diminuto que no podemos estar ambas personas simultáneamente. Buenas noches. - ¿Y si se tomara algunas vacaciones, aunque fuera de un corto tiempo? - En este caso mi asteroide no brillará… ¿Qué dirán los niños que diariamente me observan y se extasían con mi luz?... ¿Qué dirán los jóvenes enamorados que se juran amor eterno bajo mis destellos? Buenos días. - Realmente, sostengo que tu situación es muy compleja y sin viso de solución a corto plazo. Ocurre que algunas personas son conocidas por muchos, recordadas por pocos y lloradas por ninguno, pero no te preocupes suele ser la invariable constante para las personas bondadosas y comprensivas, mi fiel amigo. - Siento la decepción y el desasosiego de la falta de valoración pública de mi trabajo. Buenas noches. - Oh!! Sr. Farolero, algunos han nacido para el bronce, otros para la foto, algunos para cortar cintas y, por último -simplemente- otros para trabajar; es mejor pertenecer a este postrer grupo pues su número es exiguo y la competencia es menor. - En eso tienes razón, pero no lo hace menos injusto. Buenos días. - Tus palabras junto con tu tono de voz dejan inferir algo así como una prepotencia encubierta. - Sí, pues la única prepotencia que admito es la del trabajo. Buenas noches. Realmente este personaje me recuerda al Anciano del Centro de África y -además- no tiene la soberbia del antiguo rey, ni el orgullo del vanidoso, ni la falta de compromiso del adicto ex-bebedor, ni el individualismo exasperante del hombre rico (en bienes materiales), pensó el Principito. El brillo de sus azules ojos denotaban la profunda tristeza que le produjo al retirarse de este pequeño asteroide y apenas si pudo balbucear entre dientes: - Adiós, mi buen amigo. La distancia sólo acrecentará mi recuerdo. - Adiós, mi amigo; vuelve pronto; te estaré esperando. Buenos días.

VIII

No muy convencido de su partida obligada y con un dejo de congoja se subió a su escoba espacial y partió lentamente hacia el asteroide 330 para finalizar su viaje previsto antes de su retorno al planeta Tierra. Allí se encontró con el anciano de barba y cabellos blancos como la nieve; se hallaba escribiendo sobre uno de sus enormes libros, rodeado por mapas, planisferios, lupas, papeles, etc. ¡¡Oh!! otra vez por mi asteroide… ¿De dónde vienes?, inquirió el geógrafo. - Anciano… ¿Continúa siendo geógrafo? - ¿De dónde vienes? Repitió el anciano con extrema curiosidad. - He estado en varios asteroides, pero desde ya le aclaro que no he traído pruebas suficientes de cada uno de ellos; sólo le puedo dar mi palabra al respecto, dijo el Principito. - Ella no es suficiente, la palabra ya no tiene ni valor ni importancia; sólo sirven las pruebas aportadas. Usted no sirve como explorador. - Debo advertirle -dijo el Principito con voz intimidatoria- que Usted está en un error, puesto que sus conocimientos son teóricos, estancos, anacrónicos y desactualizados. Si bien yo no soy un avezado explorador, Usted no es geógrafo idóneo. - ¿Por qué lo dices? preguntó el Anciano. - Sus denominados conocimientos son: a) teóricos: Usted nunca los ha verificado personalmente a ninguno de ellos. Hace un buen tiempo atrás el amigo Confucio, siglo IV A.C. aseveró de forma tajante… “lo oí y lo olvidé…lo vi y lo entendí…lo hice y lo aprendí”; sostengo que Confucio no estaba -en absoluto- confundido; b) estancos: … ¿Qué utilidad tienen sus supuestos conocimientos sino los comparte con persona alguna? El conocimiento debe ser colectivo y compartido; la ignorancia -en cambio- puede ser individual, personal; c) anacrónicos: sus datos han sido tomados desde muchos años atrás con informes poco confiables lo cual ha determinado errores de ubicación y -ulteriormente- de interpretación; no utilizando máquinas e instrumental moderno para corroborar (o no) sus datos originales; d) desactualizados: la geografía ha sido capaz de modificarse ya sea por acción antrópica o por causa de la naturaleza (tsunami, terremotos, inundaciones persistentes, nuevos cursos de los ríos…). Fíjese Usted anciano que la actual minería empleada en forma irracional y sólo por interés económico, es capaz de hacer desaparecer una montaña, si fuera realmente redituable. - Debemos recordar -aclaró con énfasis el Principito- que una autoridad religiosa del Brasil aseguró que: “Dios perdona siempre; el hombre, algunas veces perdona; la Naturaleza no perdona nunca”. Luego continúo con voz más calma: Muchos como Usted no crean el conocimiento -por el contrario- repiten año tras año una misma fórmula; es decir cometen el mismo error perpetuándolos en el tiempo. El Anciano comenzó a acariciar reiteradamente su barba blanca como la nieve y sus ojos denotaban el brillo propio de la impotencia frente a la verdad expuesta por su ocasional interlocutor y dijo: - Ejem¡¡!! Veo que tienes unas nuevas ideas al respecto, sin embargo careces de mi experiencia. - La experiencia estimado Anciano, no sólo se conquista por el transcurso de los años sino -por el contrario- se obtiene con la intensidad con que se vive diariamente. Usted debe conocer personas viejas sin experiencia y otras -en cambio- relativamente jóvenes con una interesante pericia fruto de la intensidad con que han vivido su corta vida. - Veo con agrado que comienzas a actuar como una persona grande. Al escuchar estas palabras, el Principito recordó súbitamente su mechón de cabellos canosos que en forma incipiente se podía visualizar sobre su rubia cabellera. - Persona grande…Persona grande…murmuró entre dientes el Principito, denotando una mirada muy preocupada y se dijo: - Debo superarlo rápidamente; no debo ser como la mayoría de las personas que he conocido. Debo pasar en forma diligente a ser un anciano similar al hallado en el Centro de África para poder pensar, hablar y actuar en forma correcta y de esta manera poder comunicarme con los niños y con los ancianos para continuar en el camino de mis conocimientos y de mis afectos. - Adiós, persona grande, sentenció el Anciano. - Adiós, Sr. Geógrafo, se despidió el Principito y por lo bajo aseveró: una persona grande con buenas intenciones, sin segundos intereses, pero… “el infierno está empapelado de buenas intenciones” (¿…quién lo dijo?) pero -desgraciadamente- empedrado de malas acciones. La mayoría de las personas grandes en ocasiones hablan por ignorancia y otras callan por sabiduría.

IX

Como era su rutina orientándose por la constelación de la Cruz del Sur puso proa hacia el Centro de África manejando con destreza su escoba espacial atómica XYZ – 45. Luego de un largo viaje vislumbró la costa africana y notó -no sin preocupación- la existencia de una columna de humo de color negro intenso que lentamente ascendía hacia el cielo azul de África. A medida que se acercaba a su destino final previsto, la cantidad de humo crecía en forma exponencial. Vio -con sorpresa y marcada inquietud- que su aldea amiga había sido arrasada por un ataque de personas de identidad, ideología y con una brutal metodología desconocida por él. Al escobizar en la periferia de la aldea pudo observar con estupefacción los daños ocasionados: casas destruidas y/o quemadas, profundos cráteres en el suelo, árboles mutilados y/o caídos, algunos de ellos sobre las mismas casas, hombres y mujeres muertos, todo rodeado de un silencio sepulcral…un espectáculo desgarrador, inhumano, salvaje, inconcebible. - Imposible que sea verdad, no puede ser, no debe ser, dijo el Principito, pero inmediatamente recordó: “la realidad es la única verdad”. - Señor, póngase a cubierto. Venga aquí conmigo le exigió una voz dulce y firme a la vez. - Si, gracias, dijo el Principito obedeciendo a este pedido-orden y en ese lugar protegido pudo reconocer a un viejo y fiel amigo: el Anciano de cabellos canosos. Ambos se introdujeron a prisa hacia el interior de la jungla, siendo guiado por el Anciano con una destreza inusitada, hija de una vasta experiencia adquirida con el paso de los años vividos y aprovechados. Finalmente llegaron a un pequeño claro donde se reencontraron con un grupo abigarrado y silencioso de varios niños y abuelos. - Anciano, por favor dime… ¿Qué ha ocurrido?... ¿Qué sucedió?...¿Dónde está el resto de la población…mujeres…hombres?. - Señor, una vez más las personas grandes de tez blanca nos invadieron con armas, bombas y un gran número de mercenarios llevándose a la mayoría de los hombres y mujeres con buena dentadura para ser ulteriormente vendidos en lugares muy lejanos como esclavos para ser deportados a otros sitios más distantes aún destinados a cosechar algodón, a ser mineros, empleados domésticos, lacayos, mozos, integrantes de una fuerza armada, etc., etc.; particularmente se los utiliza en actividades peligrosas y/o agotadoras. - Pero…trató de interrumpir al Anciano; este último continuó con su lúgubre descripción casi en un sollozo: - Luego de este evento desgraciado y con conocimiento previo de lo acontecido en nuestra aldea, los integrantes de una tribu vecina tomaron por asalto el ya devastado villorrio. Por ideas partidarias distintas que alentó un odio ancestral e irracional entre ambas aldeas, nos invadieron y mataron a todos los hombres y mujeres que no fueron previamente secuestrados por los blancos. - Debo aclararle, mi estimado amigo, que estas luchas entre distintas tribus no tienen un sustento adecuado, ni una razón real para ser sostenida, pero los hombres de tez blanca nos venden armas y nos alientan para continuar estas guerras fratricidas, inútiles e injustas. - Estas malditas armas a la que hice mención precedentemente, fueron hechas con hierro y acero procedentes de Suecia, transportados por buques ingleses a fábricas holandesas, donde fueron elaborados bajo licencia belga y transportadas por barcos franceses, siendo comercializada por una empresa de los Estados Unidos de América. Todos estos países son los que abogan en los fueros internacionales, con un fervor llamativo por la paz, el orden, el respeto a los asuntos internos y la neutralidad. Así proceden, así actúan, así son… - Estos hechos son inauditos, carecen de la más mínima traza de humanidad, es la propia lucha del hombre contra el hombre; es un retraso ancestral. Digo que…en ese preciso instante, el Anciano levantó su mano derecha pidiendo la palabra y continuó con su lastimosa, desgarradora pero real exposición: - Pasada esta segunda ola de terror, vendrán otros hombres blancos que nos hablarán de fe, esperanza y amor; nos explicarán la igualdad de los hombres entre sí y ante Dios. Abogarán por el amor entre los hombres; nos mostrarán su solidaridad ante el prójimo necesitado; darán de comer al hambriento y de beber al sediento; nos cobijarán en sus casas y nos curarán nuestras heridas del cuerpo. - Volveremos de nuevo -por fin- a la normalidad, dijo con convicción el Principito, propia de su ignorancia absoluta. - No del todo jovencito, no del todo –replicó con voz quejumbrosa y pausadamente continuó su relato-; mi experiencia me previene que en un futuro cercano arribarán otros hombres blancos diferentes y nos harán trabajar de sol a sol, hasta el límite mismo de nuestras fuerzas y -más tarde- nos pagarán con alcohol y tabaco solamente y, de esta manera, hacernos dependientes de ellos. Van a destruir nuestra jungla, secarán nuestros ríos, matarán nuestros animales; cuando nuestros territorios se hayan convertidos en un verdadero yermo, se irán y nosotros nos quedaremos con nuestra pobreza, con nuestra infelicidad, con nuestra hambruna… - ¿Por qué lo dices Anciano? inquirió el Principito. - Estos hechos ya han ocurrido con antelación y probablemente, vuelvan a repetirse una y otra vez, una y otra vez…, respondió el Anciano con los ojos llenos de lágrimas y vacíos de esperanza. Con sumo esfuerzo, siguió con su relato: Por fin, en última instancia llegarán unos extraños personajes en grandes camiones con aparatos muy singulares buscando tal o cual animal, tal o cual vegetal pues ellos se encuentran en vías de extinción. Realizan ingentes esfuerzos tanto físicos como económicos con el objeto de recuperar algunos vegetales y/o animales en vías de extinción; otros no los buscan pues sencillamente no los conocen puesto que los han extinguido sin conocerlos- Es muy rara la actitud de las personas grandes, ya que primero destruyen todo lo que pueden y luego -como si estuvieran arrepentidos- hacen ingentes esfuerzos para recuperar algunas especies. Finalmente, el Anciano se sentó bajo la sombra de un añoso árbol mientras sus lágrimas caían por sus negras mejillas y finalmente ingresó en un ruidoso -aunque parezca paradójico- silencio. Ante tal situación el Principito comenzó a llorar junto a su tan amado, respetado y sabio amigo africano; sus lágrimas eran desgarradoras porque en ellas, vehiculizaban su aflicción, su amargura, su desdicha y su amor contenido por éste, su pueblo tan querido. Pensó en lo inútil y paradójico que suelen ser muchas de las actividades realizadas por las personas grandes, las cuales jamás aprenden, no escuchan a los ancianos, sólo poseen la razón de la sinrazón. La ignorancia tiene un antídoto conocido y eficaz: el conocimiento; en cambio para las malas intenciones no hay antídoto eficiente.

X

Mientras contemplaba sus manos impotentes ante los hechos consumados, recordaba las sabias palabras de su amigo Anciano, escuchó una voz cantarina que le indicó: - Hola mi añorado amigo, dijo el Zorro. - Pero…si eres tú mi Zorro del encuentro anterior. - Por favor no llores más pues me entristeces a mí, también. - No es para menos, la desgracia se ha ensañado con este pueblo y me solidarizo con su dolor actual y me preocupa en grado sumo su futuro tan incierto como doloroso. - Es inútil llorar por el pasado pues no lo puedes remediar; en cuanto al futuro no debes preocuparte pues vendrá solo, sin que lo llames, sin que lo desees, sin que lo planees. Así fue como el Principito se alejó lentamente junto con su amigo Zorro, de la aldea del Centro de África para poder entablar una relación más privada, lejos de la semidestruida aldea, alejándose de su Anciano amigo, cargado de sabiduría, pero sin orgullo, sin posesiones terrenales, sin evadirse de la situación actual, sin futuro tan solo con la “verdad que los hará libre”. - He extrañado mucho su presencia, afirmó el Zorro. - Yo también estimado amigo Zorro, respondió el Principito. - Ahora debes llamarme Zorro Domesticado. - ¿Por qué? - Porque soy el único Zorro Domesticado en el planeta Tierra. En algunos circos cuando trabajaban animales, sólo en algunos…muy pocos, tenían un zorro, a lo sumo, amaestrado. En cambio, yo soy un Zorro Domesticado…único…único…se vanagloriaba el Zorro. - Bien, así lo haré, respondió el Principito; esta actitud le hizo recordar a ciertos momentos de la vida de su flor y al vanidoso, pero lo aceptó. - Ante tu ausencia he domesticado a un loro al que llamé Pepe; sabe decir algunas palabras que puede reproducir fácilmente que yo le he enseñado con esmero; pero ¡hete aquí! que el buen señor se ha ilustrado de una serie interminable de malas palabras que no sé quién, ni dónde, ni cuándo se las enseñaron. Yo le enseño lo bueno y él -por propia iniciativa- aprende lo malo. - En algunas circunstancias suele haber una línea muy delgada que delimita lo bueno de lo malo. No siempre es fácil separarlos en especial cuando predomina la ignorancia, la demagogia, los relatos falsos o los dobles discursos, Sr. Zorro Domesticado, sentenció el Principito. De esta manera ambos amigos siguieron transitando por la jungla hasta llegar a un claro donde se podría apreciar una gran jaula colgada de un árbol, con barrotes de oro y una cerradura adornada de piedras preciosas; aunque su puerta estaba abierta permanecía en su interior un hermoso loro de plumas rojas como la sangre, con las puntas de sus alas de color azul marino y con su negro pico, constituía una perfecta postal. - Papa…quiero la papa…repetía el loro con dialecto monocorde. - ¡Ahí lo tienes! ¡Ahí está! Te presento a Pepe mi loro domesticado. - Realmente es maravilloso, sus colores impactan a nuestra vista. Es hermoso, francamente te lo digo, amigo Zorro Domesticado, dijo el Principito embelesado por la belleza de Pepe. Sin embargo, algo le llamó poderosamente su atención y por ello le preguntó al Zorro Domesticado: - Dime… ¿Por qué no sale de su jaula si tiene la puerta abierta en forma permanente? - Te aclaro que Pepe vivió varios años con personas grandes y como ocurre con estas últimas, temen a la libertad, por lo cual está permanentemente enjaulado no obstante tener la posibilidad cierta de salir de su dorado encierro sin esfuerzo alguno. - No lo entiendo dijo el Principito. - Te aclaro, mi joven amigo, el animal tiene comida y agua a discreción, además está protegido del sol, de los vientos fuertes y de los animales predadores. Si bien ha perdido su libertad, ha ganado su seguridad individual, tal como lo hacen las personas grandes… cambian su libertad por su seguridad. - ¿Esos barrotes son de oro puro? inquirió curiosamente el Principito. - Sí lo son, afirmó el Zorro Domesticado, con aire de suficiencia. Las personas grandes desde hace mucho tiempo atrás también forjaron sus propios barrotes y -lo más cómico de esto- es que les han puesto nombres tales como: pereza, lujuria, avaricia, gula, ira, soberbia, envidia; creo que lo llaman “pecados capitales”. Modernamente se han construido otros nuevos y -curiosamente- también los han individualizados denominándolos: corrupción, hipocresía, robo, hurto, ostentación, calumnia, connivencia, mentira y otros más que no los recuerdo muy bien. Algunas de estas personas grandes dicen lo que piensan y otras piensan lo que dicen constituyendo –de esta manera- el inicio de la sinceridad y de la diplomacia, respectivamente, concluyó el Zorro Domesticado. - En algunos asteroides por mí visitados con anterioridad he podido apreciar alguno de estos barrotes muy bien ejemplarizados, aseguró el Principito. Fue en ese instante que recordó a las personas grandes cazadoras y preguntó: - ¿y tus enemigos… los cazadores? - Oh!!! No, ya no son mis enemigos. Todo lo contrario, he llegado a un acuerdo con ellos: yo cuido los gallineros para que no sean atacados por algún despreciable zorro depredador y ellos -en contraprestación- cubren mis necesidades nutricionales con un vale del supermercado. Así, todo es más seguro. - ¿Y tú libertad? preguntó el Principito. - ¿Y mi seguridad? respondió presurosamente el Zorro Domesticado. - Todo ha cambiado, pensó el Principito, nada es igual. Ya no reconozco este planeta llamado Tierra…¿por qué?...¿para qué?...¿para quién o quiénes?...¿Hacia dónde se dirigen la personas grandes?...¿Habrán perdido su brújula o no saben orientarse con la Cruz del Sur y continúan insistiendo con la Osa Mayor que mayores problemas les ha acarreado?...¿por qué?...¿para qué?...¿por quién o quiénes?...seguía pensando en un silencio profundo, mientras Pepe continuaba repitiendo con su monocorde voz de loro domesticado, adinerado pero cautivo: - Papa…quiero la papa. - Debo marcharme a realizar mi turno nocturno en el gallinero R 936 y cumplir de esta manera mi compromiso laboral. Adiós, mi joven amigo, dijo el Zorro Domesticado y partió hacia su trabajo. - Adiós…dijo el Principito con un dejo de tristeza. Siguió vagando por la jungla en busca de su escoba espacial y en esos momentos de hondo silencio, se sintió desfallecer, se nubló su vista y optó por detenerse debajo de un corpulento y añoso árbol. Luego de un reparador descanso, enfiló sus pasos hacia la escoba espacial. No transcurrió mucho tiempo hasta que notó una luz color verde brillante; al acercarse aún más acicateado por su innata curiosidad, la pudo identificar como una cruz. Muy extrañado por su descubrimiento exclamó sorprendido: - ¡¡Una farmacia!! que insólito hallazgo, pero… ¿Quién es esa persona que está allí, debajo de la cruz verde, con un megáfono en su mano derecha y vestido con un blanco e inmaculado guardapolvo? ¡¡Sí!! Tiene que ser el mercader, el vendedor de las píldoras que aplacan la sed, el cual conocí en mi anterior viaje. Si bien su abdomen ha crecido en forma interesante, su pelo algo canoso y esas grandes gafas me hicieron dudar en un principio. - Buenos días, señor mercader, vendedor de las píldoras que aplacan la sed, dijo el Principito. - Bueno días, señor; debo aclararle que soy el ex-mercader vendedor de píldoras que aplacan la sed -remarcándole con voz claramente autoritaria- ¡¡ex-vendedor de píldoras que aplacan la sed!! Actualmente soy un empresario farmacéutico acaudalado. Por otra parte, señor, recuerdo que usted nos visitó por estos parajes hace unos cuantos años atrás por primera vez, cuando yo vendía las anacrónicas, obsoletas y anticuadas píldoras que aplacan la sed. - Entonces… ¿qué vende ahora? inquirió el Principito. - Soy un empresario farmacéutico, poseo una cadena nacional e internacional de farmacias donde usted podrá adquirir distintos tipos de específicos farmacéuticos destinados a obtener un placentero bienestar personal. Poseo locales con ambiente climatizado, música funcional, pilates, pileta de natación, salón para gimnasia variada, etc., todo para nuestros clientes y benefactores destinados a ofrecer un verdadero servicio integral, placentero y económico. El Principito disgustado por la falta de respuesta concreta a su pregunta puntual ya formulada previamente, le repitió: - ¿Qué vende ahora? - Depende señor, depende -contestó el actual empresario farmacéutico ex-mercader; es muy importante la edad de los pacientes en cuestión. Por ejemplo, usted comprenderá, los jóvenes con miles de proyectos a realizar, estudiar un idioma extranjero, jugar un deporte particularmente “foot-ball” o tenis, realizar un viaje de placer, concretar un estudio de posgrado, evaluar a qué fiesta concurrir, cuidado y respeto a sus padres, etc., etc. Para ellos contamos puntualmente con los ansiolíticos; esta pastilla de color verde y de forma triangular que la denominas “Out-stress”; se deben tomar en ayunas por la mañana, una por día. De este modo podemos llevar una vida sin problemas. En cambio, y siempre referido a la edad de los pacientes, los adultos se comportan en forma absolutamente diferente. Se lamentan por varias y heterogéneas situaciones concretas, tales como no haber concretado algún proyecto determinado en su vida, por no haber estudiado un idioma extranjero, por no haber practicado algún deporte, por no haber realizado un viaje de placer, por no haber realizado un estudio de posgrado, por no haber ido a más fiestas, por no haber respetado y cuidado a sus padres, etc., etc. Estas condiciones los lleva a un estado de desilusión, desinterés y depresión permanente, lo cual les acarrea un período de frustración constante que atenta peligrosamente contra su felicidad personal e -incluso- contra su propia vida. Para ello tenemos…los antidepresivos, son esos comprimidos de forma cuadrada, blancos que los llamamos “Off-stress”; se deben tomar en ayunas por la mañana, una por día. De este modo podemos llevar una vida sin problemas. Pero estos fármacos acarrean algunos pequeños inconvenientes. Por ejemplo, algunas veces nos produce una mayor cantidad de ácido clorhídrico aumentando de esta manera la acidez natural del estómago a niveles no fisiológicos. Para ello debe tomar “Gastro-terap” gotas, una por día a media mañana. En general, esta situación nos lleva a una constipación marcada por lo cual le sugerimos la toma del jarabe “Rapi-laxan”, una cuchara de postre antes de acostarse. Muy raro, por cierto, los comprimidos originales nos pueden ocasionar diarrea, para ello le proponemos “Entero-terap” en dosis de quince gotas, a media mañana. Cuando nuestras drogas salvadoras de las cuales le hablé al principio, en su metabolismo normal pueden llegar a ocasionarnos algunos trastornos hepáticos; para evitar este inconveniente le proponemos “Safe-liver”, esa pastilla azul de forma circular, una por día, a media tarde. Algunas veces, pocas, por cierto, actúan en forma negativa sobre la filtración glomerular renal; para soslayar esta circunstancia le proponemos el empleo de “Free-kidney”, es aquella píldora de color naranja y de forma cuadrada, a media tarde, una vez por día. Todas estas drogas repercuten en forma negativa en ambas esferas genitales. Para obviar este inconveniente, contamos con estos comprimidos ovalados para mejorar las correspondientes performances, ésta celeste para caballeros y aquella rosada para damas; deben ser ingeridas unos 14 a 16 minutos antes del acto. Cansado ya de tanta elocuencia del empresario farmacéutico actual y animado por su inagotable curiosidad, el Principito le preguntó: - Señor empresario farmacéutico ¿por qué usted utiliza nombres de sus medicamentos en otro idioma el cual no es el oficial para el país? - Verá usted señor -contestó el ex-mercader actual empresario farmacéutico- como casi ningún consumidor de nuestros medicamentos conoce, aunque sea de forma rudimentaria, otro idioma y los cuales, por no aparecer como ignorantes ante la sociedad, no nos preguntan al respecto y por ello continúan acarreando su estado de ignorancia permanente no reconocido por ellos mismos. - El no admitir su ignorancia los hace doblemente ignorantes, siendo una situación muy frecuente en los hombres adultos que, en general, buscan la evasión de la ignorancia como modo de borrar sus frustraciones -acotó el Principito. Retomando con su monólogo, el ex-mercader agregó socarronamente: - Además, podemos cobrar algo más por ser -aparentemente- un producto importado. - Me parece que vuelvo a estar frente a la felicidad determinada por la ignorancia, respondió el Principito y luego continuó diciendo: - Honestamente, señor empresario farmacéutico, me siento apabullado por sus datos tan puntuales como confusos, pero debo admitir que todos se hallan conformados como los eslabones de una cadena “cuasi” perfecta. Y ahora dígame usted…esta pastilla de gran tamaño y con colores y disposición similares a un arco iris… ¿qué indicaciones posee? - ¡¡Oh!! Señor -dijo cortésmente el ex-mercader- esa es precisamente importado de Europa; la llamamos “Happy world”. Usted debe tomar una al atardecer -prosiguió alegremente- y contemplará un mundo feliz, olvidándose de los migrantes, de la guerra fría y no tan fría, de la hambruna mundial, de la contaminación antrópica universal tanto en la superficie terrestre, aérea y acuática siendo los océanos depositarios de miles de toneladas de residuos peligrosos y tóxicos incluso para la flora y fauna autóctona, cambios bruscos, múltiples, inesperados e impredecibles del clima en todo el Planeta, etc. - Nunca voy a usar esos comprimidos, píldoras, pastillas, jarabe y/o gotas, gritó el Principito; es preferible la verdad aunque fuera muy dolorosa que la mentira aunque fuera piadosa; es una felicidad artificial, una felicidad química, sentenció el Principito. Están hipotecando el futuro, están realizando el error más grande que se pueda imaginar, realizando en forma gradual, sistemática y continua…la autodestrucción del Planeta Tierra. - Bien, bien, -respondió el ex-mercader tramando de salir apresuradamente de esta situación realmente embarazosa- ahora le detallaré los 1943 productos para el cuidado del cabello, las 915 pastas dentífricas… - ¡Basta! ¡Basta! Para mí es más que suficiente -dijo el Principito- por hoy es demasiado. Me hallo sumamente confundido. - Bien, señor, dijo el empresario farmacéutico, discúlpeme, pero debo recibir el contingente que arribó en avión procedente de la ciudad. Tenga usted muy buenos días. A continuación, y haciendo uso del megáfono sostenido por su mano derecha comenzó con su habitual arenga: - Pasen por aquí niños, damas y caballeros, pasen al Palacio de la Felicidad, al Castillo de la Alegría; todos sus pesares tienen un tratamiento adecuado para solucionarlos. Su consulta no nos molesta, estamos a sus grata órdenes. Pueden utilizar tarjetas de débito o crédito; nuestros precios son los más bajo de plaza. Además, podrán hacer uso gratuitamente de… Aturdido ante estos acontecimientos, el Principito comenzó a retirarse reflexionando sobre la situación sufrida precedentemente; pensando en voz alta sentenció: - He visto, por fin, la ciencia al servicio del hombre o debo decir de manera más precisa y correcto: el hombre al servicio de la ciencia. En realidad, la ciencia en sí misma no es intrínsicamente mala o buena, sino que las consecuencias que ocasiona su aplicación pueden ser: positivas, negativas y -ocasionalmente- neutras. Todo acto debemos evaluarlo por sus consecuencias. He conocido a otro hombre esclavo de su propio poder, preso de su avaricia personal y de la ignorancia ajena; otra persona permanece presa de su peculiar pasado, algunas son cautivas de su narcisismo. Todas estas personas mayores, aunque son heterogéneas en su proceder, tienen una característica común: la ostentación; por este aspecto es muy fácil descubrirlas. Esta situación aquí planteada la he visto anteriormente con algunos personajes casi novelescos todos atravesados por una condición común a todos ellos: su inmenso ego. Mientras nuestro amigo reflexionaba sobre estos últimos acontecimientos y trataba de realizar una comparación con sus experiencias anteriores, tropezó con un objeto duro y estuvo a punto de caer exclamando en ese momento: - ¡¡Oh, Dios!! Me he golpeado contra un hierro…no, no es un hierro, sino una vía de tren y un poco más allá está la otra a escasa distancia. Bien, bien, las usaré como guía para ir a encontrar a mi amigo tan añorado: el guarda-agujas. De esta manera el Principito se encaminó hacia el encuentro de su querido amigo. Luego de un corto trayecto divisó la estación de trenes donde se encontraba el guarda-agujas, con su cabello canoso, con movimientos lentos y pausados, con su espalda vencida por los años vividos como si portara una pesada e invisible mochila, su uniforme de color gris, bastante raído. - Buen día, señor guarda-agujas, dijo el Principito. - Buen día, señor Principito, tanto tiempo sin verlo. - Si, es cierto ¿Cómo está usted? ¿Cómo va su trabajo? - No del todo bien; las cosas han cambiado mucho durante su ausencia; ya nada es lo mismo que hace unos años atrás, respondió cansinamente el guarda-agujas. - ¿Qué ha ocurrido? Inquirió el Principito. - Hemos sufrido una serie de modificaciones en nombre del progreso, de la ciencia impuesta por una nueva civilización; por ejemplo: los rápidos corren tan veloces que no puedo distinguir sus números identificatorios y sólo los reconozco por sus colores diferentes. En ese preciso instante pasó raudamente un tren rápido pintado de azul. - ¿Lo vio? Preguntó el guarda-agujas, ahora deberá pasar en sentido contrario el tren verde. A los pocos segundos y como ya lo había pronosticado anticipadamente el amigo del Principito, pasó velozmente el tren color verde. - Lo que no ha cambiado, por desgracia, -continuó el guarda-agujas- es la desorientación de las personas mayores que viajan en ellos. La inmensa mayoría no saben adónde van... por qué van; sin embargo, aprecian y sobrevaloran la velocidad a que son transportados. - Una vez más -interrumpió el Principito el triste razonamiento del guarda-agujas- las personas mayores confunden el fin con el medio; es la velocidad por la velocidad misma; es la vorágine de nuestro tiempo impuesto por eso que llaman pomposamente “progreso”. No somos capaces de apreciar el sabor de un café o de un té, sólo lo tomamos, sólo tratamos de obtener algún fin predeterminado, nunca valoramos correctamente el medio empleado. El guarda-agujas asintió con un leve casi imperceptible movimiento de su cabeza y continuó hablando: - No puedo apreciar ya “la nariz contra la ventanilla” de los niños. Según me han explicado que ya no observan más su entorno pues se hallan atendiendo concienzudamente unos nuevos aparatos denominados teléfonos celulares o -simplemente- celulares. Parece que ejercen sobre ellos un efecto hipnótico con sus figuras múltiples, sus variados colores, sus diversos juegos e -incluso- música a elección. No van con sus rostros elevados como otrora lo hacían contemplando la maravillosa naturaleza que a su alrededor majestuosamente se extiende, sino que van observando el suelo y manejando sus celulares con abstracción de su entorno. Según me han dicho han colocado unos semáforos particulares en el suelo con el propósito de evitar accidentes. - Pero esto es una real calamidad, afirmó con convicción el Principito. - Así es, respondió el guarda-agujas, lo que otrora servía para comunicarnos, hoy ya no lo es; se utiliza como un medio indispensable, como un compendio de respuestas a sus preguntas, les hace conocer lo que sucede en nuestra región, nación y el resto del universo aunque en forma parcializada; los sumerge en su yo, pero no nos deja salir, no permite conectarnos con el prójimo constituyendo -de esta manera- una especie de biombo o globo que lo aísla, como si estuvieran habitando una burbuja. -… ¿Biombo? ... ¿Globo?... ¿A qué situación me recuerda? Pensó el Principito. Si, así es -dijo por fin en alta voz- ¡¡a mi flor, la única, la singular, la orgullosa, la última vez que la vi estaba con sus pétalos descoloridos y sus hojas marchitas!! Mientras tanto el guarda-agujas seguía con su extenso monólogo: - Además suelen utilizar unos auriculares en forma permanente los cuales coadyuvan eficientemente para su aislamiento del mundo cotidiano, colaborando a la construcción de su propio universo virtual, realmente inexistente. Estos jóvenes están abocados al conocimiento del pasado o bien están visualizando su futuro; en ambas posibilidades no viven ni valoran el presente. - Entonces -interrumpió el Principito- estos jóvenes son en una cierta medida ciegos, sordos y -por ende- mudos, entrando así en un mundo de egoísmo extremo y de marcado individualismo, lo cual les va a ocasionar constantes frustraciones personales y sociales. Si estos párvulos son los actuales ladrillos de la futura casa del mañana, veo muy oscuro el destino del Planeta Tierra, sentenció el Principito. Cansado de la prolongada y afligida perorata de su amigo el guarda-agujas, el Principito lo interrumpió con una pregunta: - Entonces… ¿Usted estará muy aburrido? - Si, es así -contestó el guarda-agujas- puesto que mi trabajo original lo hacen, casi en su totalidad, estas máquinas aquí presentes. Yo, por mi parte, cuento con varias horas libres y por pertenecer a la ahora anacrónica cultura del trabajo decidí hacer un curso. - Me parece excelente -exclamó el Principito- ¿Qué curso realizó? - Bien -respondió con un dejo de tristeza el guarda-agujas- hice un curso de relojería, durante 6 meses, 2 veces por semana. En realidad, me resultó muy difícil aprenderlo y aprobarlo posteriormente, pero al final me recibí de técnico relojero. Instalé en el garaje de mi casa el correspondiente taller; pero transcurridos los 3 primeros meses de su apertura nadie ingresó en él. Desconcertado por tal eventualidad decidí consultar a Carmen, una amiga con quien solía jugar de niño. Su respuesta fue clara, concisa y contundente: ya no se utilizan relojes a cuerda; ahora todos son propulsados por una pequeña batería que se sustituyen anualmente, aproximadamente; ya no se descomponen o arreglan, simplemente se los desecha. Ante tal explicación y considerando mi actual situación decidí cerrar mi taller de relojería. - Y ¿Qué hizo después? Preguntó muy interesado el Principito. - No me di por vencido -contestó rápidamente el guarda-agujas- hice un segundo curso, esta vez de corte y confección, orientación: sastrería, con una duración de 8 meses y con una periodicidad de 2 veces por semana. Luego de obtenido el título habilitante abrí una sastrería en el lugar donde otrora tenía el taller de relojería. - ¿Y? Preguntó ansioso el Principito. - ¡¡¡¡Ah, mi amigo señor Principito!!!! …Luego de 4 meses de abierto mi nuevo establecimiento no había ingresado al mismo ningún cliente. Ante tal situación resolví asesorarme con mi primo Luis Ignacio. Una vez expuesto el panorama que me aquejaba, mi primo fue muy preciso: ya no se utilizan los trajes a medida, todo se halla estandarizado, todo viene de otros países con talles ya predeterminados anteriormente tales como XX, XXL, etc. Un nuevo fracaso, pero no me di por vencido, no señor Principito; hice un tercer curso, en este caso referido a zapatería puesto que con el uso frecuente y más o menos desaprensivo, lógicamente se han de gastar, incluso, romper nuestros zapatos. Con estas premisas fundamentales hice el correspondiente curso que duró unos 4 meses, también con una asiduidad de 2 veces por semana. Luego de recibido abrí mi taller de zapatería donde antes había sido la relojería y posteriormente la sastrería, deseando otro final diferente. Pero no fue así; luego de 3 meses de su apertura ningún cliente entró en mi nuevo negocio. Ante tal situación resolví consultar al guarda-agujas de la próxima estación, mi amigo personal Miguel Ángel. Tomado conocimiento de la actual situación me aclaró puntualmente que ya casi no se usan zapatos, sólo son empleados en eventos muy puntuales; en general ya no se utilizan las suelas de cuero sino -por el contrario- están hechas de un material sintético. Mayoritariamente se utilizan zapatillas de formas muy diversas, de colores variados, algunas con pequeñas lucecitas, otras con colchón de aire, etc. Una vez que se gastan o se rompen son descartadas. Ante la contundencia de los argumentos de Miguel Ángel decidí cerrar mi taller de compostura de zapatos y agobiado por mis sucesivos fracasos, decidí no hacer ningún curso más. - ¡Qué situación desagradable! -respondió con preocupación el Principito- no desesperes mi amigo, señor guarda-agujas. Es preferible el error de lo hecho a la perfección de lo no realizado. Está claro que en el Planeta Tierra existe una civilización caracterizada por lo desechable, lo estandarizado y lo descartable; es la época de la exclusión, del auge de los marginados quizás en su máxima expresión histórica; es el tiempo del rechazo a todo aquello que no sea joven-bello-delgado, esto lo vemos gráficamente plasmado en los ancianos que van a parar al triste almacén de los olvidados que suelen calificarlo muy pomposamente como: geriátricos, lugar que sirve para acortar los pocos años de vida que aún poseen esas personas, acelerando la terminación inexorable de sus vidas. En el pasado poseíamos un “consejo de ancianos” que actuaba como grupo asesor de los gobernantes; hoy -en cambio- están ocultados bajo el silencio cómplice de un destierro forzoso, impuesto por la sociedad de consumo. Sintiendo una profunda tristeza, nuestro héroe comenzó a retirarse del lugar con el objeto de no preocupar aún más a su amigo, el guarda-agujas. - Adiós, mi amigo, dijo el Principito. - Hasta siempre, señor Principito; espero su próximo viaje por estos lugares. Buena suerte y regrese pronto. De esta manera el Principito comenzó a caminar buscando su esposa espacial; iba observando sus propias manos consideradas hoy como: descartables junto con los varios oficios mencionados precedentemente y otros más, tales como: peluquería, carpintería, albañilería, etc., etc. En una preocupante queja susurró: - ¿Hasta cuándo? ¿Hasta dónde? ¿Harán de nuestras manos un recurso natural superfluo? … ¿y las artes en sus más variadas formas y manifestaciones…? Me duele sobremanera la falta de adecuación de los institutos, escuelas, etc. a la realidad concreta de los requerimientos del medio formando personas que carecen de salida laboral a corto, mediano y largo plazo. Así fue como el Principito decidió -como antes lo había hecho- descansar bajo la protección de un añoso árbol para ordenar y evaluar los últimos acontecimientos vividos.

XI

Allí pudo gozar de la sombra de sus hojas, de la fragancia que exhalan sus flores e –incluso- del dulce sabor de uno de sus frutos y compenetrado en sus recuerdos surgió como un rayo… “lo esencial es invisible a los ojos” aquel regalo que le había dado el Zorro Domesticado en oportunidad de su anterior encuentro. Sintió un suave temblor de la base del árbol y una voz compungida le dijo: - Principito, te has olvidado de mí, doña Raíz, puesto que, si yo no trabajara silenciosamente, diariamente, no podrías gozar de las bondades de este árbol. - Sí, es cierto doña Raíz -asintió el Principito- porque añoramos lo que tuvimos, deseamos lo que no poseemos, no valoramos lo que tenemos. Perdón, perdón, doña Raíz, aseveró el Principito. - Si bien lo esencial es invisible a los ojos, lo importante es evidente a la razón. No obstante, yo seguiré trabajando y ofreciendo libremente mis bondades a todo viajero que busque mi sombra, mis flores y mis frutos, sentenció doña Raíz. - Gracias por la tremenda lección que me has dado doña Raíz y se dirigió rumbo a su escoba y en tono apenas audible iba repitiendo: - Lo esencial es invisible a los ojos, lo importante es evidente a la razón. Por fin encontró a su añorado vehículo espacial y viendo que sus baterías solares se habían recargado al máximo se dispuso a partir ensimismado en sus pensamientos y experiencias vividas recientemente. Fue en ese momento que su rostro se reflejó en el espejo retrovisor de su vehículo y allí notó -mejor dicho, se percató- que su cabellera no era ya tan rubia, pues un mechón de cabello canoso muy evidente contrastaba sobre aquel campo de “trigo maduro”, según lo expresó, tiempo atrás el hoy Zorro Domesticado. Hizo un supremo esfuerzo en recordar las preguntas realizadas, las respuestas dadas y entonces luego de este “reconto” exclamó a viva voz: - Me he convertido en una persona grande; debo actuar rápidamente y adquirir experiencia para así poder llegar a ser un anciano y obtener la sabiduría tan anhelada. Con torpes movimientos ocasionados por su premisa, subió a su vehículo espacial y puso proa hacia su futuro inmediato…el estado de sabiduría y su reencuentro definitivo con los niños y los ancianos.

Epílogo

Antoine: De acuerdo con lo solicitado en vuestro último deseo, cumplo en comunicarle que nuestro Principito ha vuelto a visitar el planeta Tierra. Sus cabellos no son tan rubios como otrora lo eran y, además, son surcados por una estela de greñas canosas que nos marca, recordándonos, el tiempo transcurrido desde nuestro último encuentro; su voz no es tan cantarina, sus ideas son tan originales como profundas, pero sigue siendo y por siempre será nuestro Principito. Me ha contado todas sus aventuras y peripecias vividas en los distintos asteroides, como así mismo de su visita a la Tierra, donde no ha sido bien recibido, algo muy común para aquellos que pregonan y practican el amor, la amistad, el respeto, el desinterés, la solidaridad, la complementación y el consenso; incluso a alguno de ellos como recompensa a su actitud los han matado, ya sea lapidados, crucificados, ahorcados, incinerados, fusilados… Si bien se ha retirado muy preocupado ha comprendido, también, que estaba sufriendo su propio pasaje a persona grande y por lo cual intentará rápidamente arribar al estado de sabiduría. Estoy seguro que volverá… ¿cuándo? No lo sé, pero el Principito alguna vez regresará y esperemos que el planeta Tierra lo reciba como se merece, en donde por fin reine la paz, la amistad, el amor, el disenso, el consenso, la esperanza, es decir: una vida que merezca ser vivida en la cual, el prójimo sea tan importante como uno mismo. Le prometo formalmente comunicarle su arribo. Hasta un nuevo encuentro.